Esta canción me ha emocionado siempre.
Y siempre son las mismas imágenes las que se agolpan en mi mente.
Imágenes reales, soñadas, mezcla de todo...
pero sentidas.
Vividas.
Escuchar esta canción me “revuelve” los sentimientos
y hace que cuestiones que no te quieres plantear te vengan a la mente...
Porque se trata de ir despidiéndose de la madre.
Se trata de ir reviviendo el amor recibido
o imaginado
o proyectado
viendo ese cuerpo cada vez más débil,
más frágil,
más vidrio que se quiebra...
Te resistes a dejar volar,
te resistes a la idea de que se va acercando la hora de dejar ir...
Y te sientes cada vez más como el niño pequeño que has sido, que eres...
Y vuelves a acercarte a sus faldas pidiendo protección
vuelves a querer sentir su presencia reconfortante en la oscuridad de la noche...
Cuando ves ese cuerpo descarnado,
esos huesos deformados que le causan tanto dolor,
ves también esos brazos de mujer joven que tanto ha trabajado,
la incansable, la generosa, la sufridora...
Y esos ojos casi ciegos que mantienen aún la luz viva del cariño
¡cuánto han podido llorar!
Y tú recuerdas que cada lágrima
era
para tí
sentida.
No puedes dejar volar.
Te resistes a dejar partir.
¡No antes de tiempo!
¡Nunca será tiempo!
Y sin embargo,
desde la distancia
cada adios se siente como definitivo,
cada despedida es
un poco
desgarradora.
Pero uno es un hombre, ya maduro.
Uno no debería de sentir crujir su corazón
ante la eventualidad más que certera
de la hora de dejarla volar.
Lógicas ilógicas.
Sentimientos ancestrales en el hombre.
El hombre, por momentos, que vuelve a ser el niño que llora
cuando siente que ese cuerpo que le ha llevado,
que le ha protegido, reconfortado...
Aunque sea en el orden natural de las cosas,
los sentimientos se te imponen
y te resistes a ... dejar volar.