"¡Angustias!" La llamas con una sonrisa en los ojos,
con la ternura rebosante de buen humor.
Se queja de sus dolores.
Cuando te oye hasta se le pasan
y una sonrisa se asoma a sus ojos casi ciegos.
Angustia. Lo que tú sientes cuando la ves tan viejecita,
cuando piensas que el día menos pensado se te va, se nos va.
Y la mueves, la incitas a pensar, a leer...
Con una paciencia infinita te explicas
hasta que la luz se hace en su memoria, en sus recuerdos.
Y eres tan feliz cuando ella es feliz...
Te emocionas hasta las entrañas cuando la llevas a misa
y sus amigas se le echan encima
con esos besos sonoros,
con palabras suaves, con tanto cariño.
Y te enfadas cuando se empeña en seguir barriendo, fregando, limpiando.
Vuelves a ella y le das un beso sonoro.
Con cuidado, con mucho cuidado la pones guapa,
la peinas,
la perfumas.
Con tu mirada la acaricias.
Como a una de esas vírgenes que tanto te gustan
la haces hermosa,
¡te sientes tan orgulloso!
La elevas en un pedestal de amor.
La envuelves entre algodones de ternura.
Y la paseas en su silla de ruedas, como en procesión
para que los demás la admiren.
Es una parte tan importante de tu vida,
porque sí, porque es así, no lo has elegido.
Se te ha impuesto ese amor puro, sin límites.
Te olvidas de tí.
No quieres pensarlo.
No te proteges del tiempo ineluctable.
Y veo esa sonrisa infantil en su rostro
marcado por los años
cuando te oye decirle: "¡Angustias!"
A todas esas personas que no miden los esfuerzos que hacen por los más mayores.