No sabes el vacío que dejas,
no puedes imaginar la amargura de mi llanto.
Soy tu niño pequeño
que lloraba desesperado
y al que desde tu cama a mi cuna
calmabas mi pena
cantando.
Hoy, madre,
vuelvo a ser ese niño,
al que llevabas de la mano
a cantarle al resucitado.
Y que hacía sonreir a todos,
porque cantaba tan fuerte
sin miedo y sin reparo.
Y ése del que te sentías tan orgullosa
porque le habías contagiado
esa fé
que tan lejos me ha llevado.
Hoy, madre,
vuelvo a ser ese joven
que escuchaba tus miedos,
tus alegrías, tus fracasos.
Y el depositario de esas lágrimas
que tantas has derramado.
Y al que contabas tu deseo
de encontrarte cara a cara
con el que te ha creado
con las manos limpias...
tan limpias como te las has llevado.
Hoy veo tus lágrimas
tristes y gozosas
cuando me fuí a Africa.
Pero sabes,
través de mis ojos y mis manos
estabas realizando
eso que a tí tanto te hubiera gustado.
Hoy, madre, soy ese hombre
que tú ni habías imaginado.
Pero que lleva muy alto
en el corazón y la cabeza
todo, TODO
lo que tú me has enseñado.