domingo, 17 de febrero de 2008

Apología del psicoanálisis

He pasado la tarde con dos amigas. Una de ellas ha roto con su novio
(bueno, ya lo ha hecho muchas veces en pocos meses) .

Y nos hemos ido los tres alrededor de una mesa de café a intentar comprender qué es lo que pasa,
una especie de "autopsia" de la situaci
ón, a tres.
Y nos hemos puesto a mirar sin ambages pero con mucha ternura, analizando todos los vericuetos de la situación.

Pasan por encima de esa mesa los problemas familiares, los traumas de la infancia de él.
Yo hablo de la gran exigencia que la caracteriza a ella.
Ella casi llora relatando los momentos de intensidad compartidos.
La otra escucha y calla, porque ya ha oído varias veces la misma historia
y sabe que nuestra amiga volverá con él,
y que quizás dentro de unas semanas o unos meses
la historia se repetirá...

Hablamos y hablamos.

Y pienso e intento decirles que, según mi experiencia, en la vida no hay nada definitivo.


El río imparable, inexorable y caprichoso de la vida...

Los sueños que creemos irrenunciables,
los principios que pensamos permanentes,
las situaciones que vemos absurdas...
todo termina cambiando, todo es relativo...
¡Es la gran aventura de la vida!

Y en medio de todo eso estamos nosotros,
pequeños trocitos de madera llevados por ese río adelante, adelante...

El paso del tiempo me ha hecho comprender que no tenemos el control,
que la vida es riesgo.
Y aunque eso nos desoriente bastante, quizás sea mejor así.
Porque así nos abrimos a la sorpresa.
Agradable,
desagradable,
injusta,
merecida...
pero siempre sorpresa permanente.


Si no soy “todopoderoso” tampoco soy “todo impotente”.
Sí que puedo hacer hacer algo para que mi vida tenga un sentido.
Puedo...
decidir
,
¡tengo que decidir...!

La decisión se impone a mí como una necesidad.

Puedo enfrentarme a ella como el que la soporta, el resignado sufridor...
Me viene a la mente la imagen del Cristo que sufre como un cordero llevado al matadero. El que lleva la cruz, se resigna...

¡Pura imagen real pero tambien manipuladora! Porque el que se queda ahí, a medio camino,
adepta una vida hecha de sufrimiento.


Pero también puedo adoptar otra postura: la del luchador, del que intenta comprender, darle un sentido, analizar, reajustar, afrontar, revivir, resucitar...

Entonces mi vida cambia
y adopta una forma totalmente inesperada.

Seguro que muy alejada de lo que soñé siendo un niño,

pero real, consciente, elegida y ... ante todo... madura.



Aceptar, conocer, buscar...



Lo que niegas te somete,

lo que aceptas... te transforma.

“Principio budista”

2 comentarios:

El antifaz dijo...

Llevas mucha razón. Estamos sometidos a la fuerza del viento de la vida. Aunque nos atemos con cuerdas, que digo, con maromas a una determinada circunstancia, siempre puede llegar una ola suficientemente grande que nos desate y nos arrastre.
Entonces hay que luchar, y como dices, decidir si nos quedamos en el agua o intentamos salir.
Dile a tu amiga que no pasa nada. Que lo importante no es aceptar a nadie, sino aceptarse ella.
Besos.

Anónimo dijo...

Cambiar, cambiar, cambiar, fluir, adaptarse, dejarse llevar, sobrevivir minimizando daños...que dificil vivir sin manual de instrucciones